Andrea
Como un organismo vivo, la ciudad cambia su rostro a diario, aún cuando no lo perciban sus habitantes. En los últimos años, el rostro de Santa Rosa se ha ido llenando de nuevos colores y formas, merced a la paulatina incorporación de profesionales del diseño, y a la aparición inopinada de una generación de muralistas de notable calidad, que han intervenido diversos puntos ciudadanos.
Acaso el más significativo para la actualidad -a propósito de la semana de la mujer que se festejó en marzo- sea el impresionante mural ejecutado sobre una pared de la rotonda norte, cerca de donde el tradicional avión que evoca a la Fuerza Aérea, hace poco se transformó en un pastiche psicodélico merced a la intervención de un grupo de artistas urbanos.
El mural que acaba de inaugurarse, y que recibe a todos quienes ingresan a la ciudad desde el norte, representa el retrato más conocido de Andrea López, la joven que, desaparecida hace varios años, sigue siendo buscada, bajo sospecha de haber caído víctima de la violencia de género y/o de la trata de personas.
La obra del plástico "Bocha" Sombra, de excelente factura, rescata con notable precisión el retrato de la joven, y le aplica las técnicas del muralismo para simplificar sus rasgos y volverlo un ícono. El uso del negro en la base y cabellos, y el celeste en la parte superior -que se confunde con el cielo- le dan al mural un sólido anclaje en el paisaje circundante.
Nunca más oportuna una obra de arte que, como el mural, tiene necesariamente un contenido social imperativo, y si no, ahí está la experiencia mexicana para corroborarlo.
Ese rostro que interroga a la ciudad, es el ícono de un fenómeno emergente, seguramente no porque no existan antecedentes, sino porque la época y el progreso social lo hacen más visible. Andrea López condensa en su historia -y por ende, en su rostro- todo lo peor del maltrato contra las mujeres: la violencia, la pérdida de la libertad, el sometimiento al comercio sexual, la desaparición forzada, acaso la muerte.
El mural tiene, entonces, la virtud de revertir las cosas, y hacer que su ausencia entre nosotros, se transforme en una presencia. Una presencia que se agiganta en el inconsciente colectivo por la multiplicación de sentidos y sentimientos. Como el rostro de José Luis Cabezas, o de Ernesto Guevara -salvando las distancias-, esa representación trasciende la historia individual del retratado, para evocar valores y experiencias comunes a toda la sociedad.
Forma parte del acierto del artista, que la expresión del rostro retratado no parezca el de una víctima. Hay una energía, una actitud en esa expresión, que lejos de evocar el abatimiento, convoca a la acción.
Y es que, como lo demuestra el impresionante proceso judicial que hoy tiene lugar en los tribunales tucumanos, las víctimas han sacudido su yugo, han comenzado a resistir a sus opresores, y en el camino han logrado la solidaridad de toda una sociedad.