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Location: Santa Rosa, La Pampa, Argentina

Tuesday, March 03, 2009

Exorcismo en el Molino Werner


Con el estreno, a las 20 de hoy sabado 28 de febrero, de "La Señora Macbeth" de Griselda Gambaro, la ciudad de Santa Rosa recuperará, de algún modo, uno de sus espacios simbólicos más importantes, el edificio del Molino Werner.

De un modo un tanto fortuito, la producción teatral a cargo de Silvio Lang decidió ese lugar -vestigio de un pasado industrial- como escenario atemporal para la relectura intentada por Gambaro sobre el clásico de William Shakespeare.

Con las historias del Bardo pasa algo parecido a lo que ocurre con los mitos griegos. Por momentos los acontecimientos son tan extremos, tan aparentemente exagerados, que no parecen reales. Sin embargo en esos hechos inusuales, esos crímenes y locuras, es donde más claramente se manifiesta la naturaleza humana. Por algo el psicoanálisis ha abrevado profusamente en estas dos fuentes.

A poco de acomodarse en su silla, el espectador advierte que en otro lugar está ocurriendo la verdadera "Macbeth", la de Shakespeare, con su historia superestructural sobre el poder y el crimen. En cambio, aquí, nos encontramos en una trastienda cochambrosa, rodeados de cuatro mujeres al borde de la cordura, pendientes de los masculinos acontecimientos del otro escenario.

Lang explica que el trabajo de producción demandó alrededor de un año, y que buena parte de ese tiempo fue consumido en la elaboración de una "propedéutica", de un aprendizaje por parte de los actores sobre las reglas del universo que plantea la obra. El bagaje psicoanalítico sobre el que se construyeron los personajes habla a las claras de una formación humanística integral y sólida, que hace entender los elogios que vertiera sobre este joven realizador pampeano la autora de la obra, en un reportaje publicado el domingo pasado en Caldenia.

El despliegue actoral es, por momentos, apabullante. El manejo de la voz, la ocupación del ruinoso espacio físico, la velocidad del contrapunto verbal, el cambio de tono sutil, irónico, hacen que la expresión "poner el cuerpo" venga a la mente como una evidencia.

Bibiana Grabowsky -cuya trayectoria la hacen una indiscutible en el medio local- brilla en el papel de esta mujer compleja y contradictoria, atrapada entre el declamado amor por su esposo y la ambición por su poder, entre la frustración de la maternidad y la culpa por los crímenes que la han llevado a ese lugar.

Ese discurso por momentos delirante es constantemente relativizado, interpelado por las tres brujas (Mariana Roseró, Liliana Rojas y Rosana Maldonado, también productora general) que, entre pócimas, conjuros y presagios, conducen pacientemente a Lady Macbeth hacia su destino final. Por momentos, la interacción entre Grabowsky y Roseró, cada una en su registro, produce resultados brillantes.

El monólogo de la protagonista también se ve turbado por la irrupción del fantasma de Banquo -uno de los asesinados por su esposo- interpretado por Diego San Miguel, que le aporta todo su oficio a una situación escénica que se prestaría fácilmente para el exceso, pero que es resuelta con solvencia. Para Lang, ese fantasma es "el otro", y como "el otro" social de nuestros días es el pobre, el personaje aparece vestido con andrajos.

Vale aquí mencionar el cuidado trabajo de Laura Hernandorena en el diseño de vestuario.

El escenario, un viejo patio interno del Molino Werner, atestado de escombros y aparatos en desuso, ha sido intervenido en forma minimalista. Una monumental escultura de Rubén Schaap -quien diseñó toda la utilería-, sirve de plataforma para el desarrollo de diversos juegos actorales: el artefacto recuerda, en su austeridad metálica, a la parafernalia guerrera de la Edad Media. Los escombros no han sido removidos, sino integrados al juego actoral. Un gato flaco y caradura, suele introducirse en la obra sin respetar guión ni jerarquías.

La iluminación, a cargo de José Jerónimo, está integrada al ambiente, y abarca no sólo el patio sino también los espacios circundantes (más de 500 metros de cable se emplearon en su instalación).

Mucho se ha especulado con la posibilidad de que el viejo edificio del Molino Werner se transforme alguna vez en un centro cultural. O como sea, que despierte de su letargo y vuelva a ser un pulmón de vida en ese sector olvidado de la ciudad.
El rito teatral que se inicia esta tarde -y que prolongará, a no dudarlo, por varias semanas- acaso comience el exorcismo. Y allí, donde latía el poder económico de la ciudad, comenzará a representarse una vieja historia de locura, poder y crímenes, en la que nuestra sociedad bien puede verse reflejada.

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