Tijuana
Es sábado a la tarde, de modo que nada tiene de extraño que una familia mexicana se tome un día de picnic en la playa de Tijuana. Los niños corretean, vestidos de blanco, mientras los adultos dan cuenta de sus viandas sentados en las mantas sobre la arena. Uno de los hombres, de sombrero vaquero y contundentes bigotes, parece irreal de tan mexicano. Sólo un pequeño detalle enturbia el clima bucólico del encuentro: justo por la mitad del picnic, una espantosa fila de barras metálicas de varios metros de altura, apenas si permite el contacto entre los dos sectores de la familia. Es un picnic internacional: los de aquí se quedaron en México. Los de allá, emigraron a los Estados Unidos, y seguramente residen en la vecina San Diego. Todos proceden como si el muro -que se interna varios metros en dirección al Océano Pacífico- en realidad no existiera, dando cuenta de cómo la raza humana es capaz de acostumbrarse a todo. Y de lo potentes que resultan ser estos lazos familiares.
A pocos metros de allí un monolito proclama el comienzo del territorio mexicano, y recuerda el ignominioso tratado de 1848 que convalidó el despojo de la mitad de ese territorio por parte de los EEUU. Este sitio, llamado "Parque de la Amistad", es el vértice norte de América Latina, y uno de los puntos de fricción más álgidos con el imperio. Como dice el dicho: "Pobrecito México, tan lejos de Dios, y tan cerca de los Estados Unidos".
Y aunque resulta imposible no conmoverse con escenas como la que ofrece esta familia mexicana, Tijuana está muy lejos de regodearse en el lamento o la melancolía. Esta portentosa ciudad, cuya población de alrededor de 4 millones resulta imposible de contar -ya que una enorme parte corresponde a gente de paso- exuda una vitalidad más propia del trópico que del desierto.
Esta comunidad, que alguna vez soñó con independizarse para fundar una república socialista, es hoy uno de los rostros más contrastantes del capitalismo posmoderno. No hay lugar en el mundo donde se fabriquen más televisores, y paradójicamente, es uno de los lugares más invisibles. Su prosperidad económica se basa en cimientos poco sólidos, particularmente el enorme cordón industrial compuesto de plantas de ensamblamiento llamadas "maquiladoras" de capital extranjero, que dan empleo precario a miles de trabajadores.
Cincuenta millones de personas cruzan anualmente el paso fronterizo con San Diego, el límite más transitado del mundo. Los mexicanos esperan horas todos los días para cruzar la frontera con sus autos, para ir de compras o simplemente para contrabandear los artículos más inverosímiles. Algunos optan directamente por cruzar a pie, y hasta tienen un auto en cada país para moverse. No obstante esa enorme herida que representa "la línea", donde recientemente se ha construido un muro al estilo Berlín, con desechos de la guerra de Irak, los tijuanenses viven en parte como si no existiera.
En la vibrante Avenida Revolución (llamada aquí "La Revu") con sus luces, su bohemia y sus clásicos carritos de hot dogs, se cuece buena parte del caldo cultural mexicano. Aquí nacieron especialidades culinarias como la Ceasar's salad o el clamato; aquí dio sus primeros conciertos Julieta Venegas; aquí están las galerías donde se exhibe el vibrante arte chicano que luego cruza victorioso la frontera. Los plásticos mexicanos se han encargado ya, fieles a su tradición muralista, de llenar de arte el costado mexicano de ese horrible muro fronterizo. En 2007, durante un evento artístico en la playa, lanzaron un hombre bala al otro lado de la frontera, ante la mirada atónita de la "migra" norteamericana.
A pocos metros de allí un monolito proclama el comienzo del territorio mexicano, y recuerda el ignominioso tratado de 1848 que convalidó el despojo de la mitad de ese territorio por parte de los EEUU. Este sitio, llamado "Parque de la Amistad", es el vértice norte de América Latina, y uno de los puntos de fricción más álgidos con el imperio. Como dice el dicho: "Pobrecito México, tan lejos de Dios, y tan cerca de los Estados Unidos".
Y aunque resulta imposible no conmoverse con escenas como la que ofrece esta familia mexicana, Tijuana está muy lejos de regodearse en el lamento o la melancolía. Esta portentosa ciudad, cuya población de alrededor de 4 millones resulta imposible de contar -ya que una enorme parte corresponde a gente de paso- exuda una vitalidad más propia del trópico que del desierto.
Esta comunidad, que alguna vez soñó con independizarse para fundar una república socialista, es hoy uno de los rostros más contrastantes del capitalismo posmoderno. No hay lugar en el mundo donde se fabriquen más televisores, y paradójicamente, es uno de los lugares más invisibles. Su prosperidad económica se basa en cimientos poco sólidos, particularmente el enorme cordón industrial compuesto de plantas de ensamblamiento llamadas "maquiladoras" de capital extranjero, que dan empleo precario a miles de trabajadores.
Cincuenta millones de personas cruzan anualmente el paso fronterizo con San Diego, el límite más transitado del mundo. Los mexicanos esperan horas todos los días para cruzar la frontera con sus autos, para ir de compras o simplemente para contrabandear los artículos más inverosímiles. Algunos optan directamente por cruzar a pie, y hasta tienen un auto en cada país para moverse. No obstante esa enorme herida que representa "la línea", donde recientemente se ha construido un muro al estilo Berlín, con desechos de la guerra de Irak, los tijuanenses viven en parte como si no existiera.
En la vibrante Avenida Revolución (llamada aquí "La Revu") con sus luces, su bohemia y sus clásicos carritos de hot dogs, se cuece buena parte del caldo cultural mexicano. Aquí nacieron especialidades culinarias como la Ceasar's salad o el clamato; aquí dio sus primeros conciertos Julieta Venegas; aquí están las galerías donde se exhibe el vibrante arte chicano que luego cruza victorioso la frontera. Los plásticos mexicanos se han encargado ya, fieles a su tradición muralista, de llenar de arte el costado mexicano de ese horrible muro fronterizo. En 2007, durante un evento artístico en la playa, lanzaron un hombre bala al otro lado de la frontera, ante la mirada atónita de la "migra" norteamericana.
Es difícil no emocionarse este sábado a la tarde en la playa de Tijuana. Será que estamos sobre el fin (o el comienzo) de Latinoamérica. Será que sentimos como propia esta herida que mutila la tierra.
De la cerca metálica falta una barra. Simbólicamente, pongo ambos pies del otro lado de la frontera. Pero me vuelvo. Total, que no tengo ningún interés en el otro lado de la frontera.
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